Marilén Ribot es una artista que reúne en sí misma el riesgo que todo elemento de circo conlleva y la poética que la danza exige, pues combina muy bien las dos ramas del arte. Por una parte, sus equilibrios sobre trapecios figurados y reconvertidos en jaulas, su caminar sobre botellas de cristal o incluso su reconversión en una faquir mediterránea, la convierten en una circense de primer nivel, pero también sus saltos y movimientos, al ritmo (es un decir) de ese minimalismo compuesto por Laia Vallés y Joana Gomila hacen de ella una bailarina ejemplar. En resumen, Marilén domina su cuerpo como pocas veces hemos visto sobre un escenario, un dominio, eso sí, lleno de poesía e incluso de peligro, que no son cosas contradictorias, más bien complementarias, en este caso.
En Cuirassa oberta, Marilén nos habla de peligro, de daño físico, de caídas desde alturas considerables, pero también de la necesidad que tienen los artistas que arriesgan, de seguir adelante y de que nada les amedrente.
Marilén Ribot, sola sobre el escenario, con los elementos que le ayudan a asumir el riesgo, nos hace partícipes de ese poder que tiene la adrenalina y nos conduce a su universo estético, lleno de poesía y figuras estéticamente pensadas y muchas veces casi imposibles.
Pero, al final, nos dice la artista, nosotros no somos más que eso, espectadores, ya que ella, en solitario, es la que asume el peligro. No es baladí que la última canción que suena de fondo sea una versión curiosa de Non, je ne regrette rien (No me arrepiento de nada), un tema que polularizó Edit Piaf y que refleja la frustración de una persona que se siente atrapada en la rutina, anhelando que ocurran eventos extraordinarios: «Con mis recuerdos encendí el fuego, mis penas, mis placeres (…) porque mi vida y mis alegrías empiezan hoy contigo».